lunes, 18 de enero de 2010
La conjura del Cleto y su asistente el Golden Boy
Hoy prefiero comentar la realidad a través de éste chiste y de este excelente artículo de Adrián Murano sacada del periódico El Argentino
La conjura del Cleto
Por Adrián Murano
En alemán se lo denominó Schadenfreude. La palabra, acuñada a mediados del siglo XIX, designa el sentimiento de felicidad por el sufrimiento o la infelicidad del otro. Aunque Freud no la incluye en su listado de perversiones, Schopenhauer sostenía que esa “emoción diabólica era una señal infalible de un corazón perverso”. Nietzsche discrepaba: “Mejor que observar un sufrimiento es causarlo”. A medio camino entre ambos, Gore Vidal tradujo la Schadenfreude en clave sociopolítica: “No basta con tener éxito. También es preciso que los otros fracasen”.
En la Argentina de estos días la Schadenfreude es ley. Un coro cerrado de opositores, economistas ortodoxos y prensa canalla celebró el fallo del juez estadounidense Thomas Griesa que embargó 1,7 millones de dólares de una cuenta del Banco Central.
La Schadenfreude en versión local tiene componentes masoquistas: como ocurrió en el ’55, en el ’62, en el ’66, en el ’76, en el ’89 y en el 2001, una inusitada porción de argentinos se regocija con las complicaciones de un gobierno democrático, goza de sus tropiezos, como si permaneciera al margen de las consecuencias. La historia reciente demuestra lo contrario: cada crisis institucional derivó en penurias para las mayorías que la apañaron. Sólo una minoría privilegiada de dirigentes oportunistas, financistas buitres y empresarios voraces se benefició de los cataclismos económicos y políticos que asolaron al país. Frente a un gobierno herido de respaldo popular tras la derrota electoral, esa minoría ya eligió el nuevo rostro de su conjura: el de Julio César Cleto Cobos.
El vicepresidente pasó un diciembre agitado. Su despacho, teléfono y auto oficial –beneficios de su cargo– estuvieron a disposición de un raid que incluyó una docena de contactos reservados con lo más variado de la escena política doméstica. La agenda incluyó al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti; el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, y el entonces presidente del Banco Central, Martín Redrado. Con todos ellos compartió su deseo: “Voy a ser candidato en el 2011”. Y una preocupación: cómo hacer para que los Kirchner no lleguen en buena forma a esa fecha.
El vicepresidente sabe que, por imperio de las encuestas, su candidatura contará con el aval de su partido de cuna, la UCR. Con la estructura radical jugando a su favor, Cobos descuenta que resultará vencedor en una eventual interna abierta frente a Elisa Carrió o Hermes Binner, los otros presidenciables del Acuerdo Cívico y Social. En ese sentido, el principal escollo es el recelo de “lilitos” y socialistas a participar de una compulsa con el vice (ver nota en página 32). Pero el mendocino confía en que los buenos oficios de su comprovinciano y titular de la UCR, Ernesto Sanz, logrará mantener al Acuerdo unido. O al menos evitará que la dispersión dinamite sus pretensiones.
Superado ese escollo, el siguiente problema de Cobos son los dos años que quedan de gestión K. El vicepresidente teme que una mejora de los indicadores económicos refresque la alicaída imagen de Cristina Fernández y la coloque en la pole de la puja electoral. Tiene motivos para afligirse: todos los economistas, a izquierda y derecha, reconocen que, superada la crisis global, el 2010 se presenta venturoso para la Argentina. Los cálculos más conservadores estipulan un crecimiento del 4,5 por ciento, traccionado por la demanda exterior de granos, el repunte en el consumo y un incremento en la producción de bienes. El talón de Aquiles de la recuperación: para sortear la crisis, en 2009 el Gobierno exprimió los recursos fiscales para sostener la demanda interna en base a inversión en infraestructura, subsidios y programas sociales como Argentina Trabaja y la asignación por hijo.
Para capear eventuales problemas de caja, el Gobierno se propuso iniciar el año provocando un shock de confianza que lo reinsertara en el mercado de capitales. La crisis global propició la oportunidad: la emisión de dólares en EE.UU. y la necesidad de colocarlos en plaza provocó una abrupta caída en las tasas de interés que se tradujo en ofertas de créditos baratos. Para la Argentina, que en los últimos años debió endeudarse a tasas de entre el 15 y el 20 por ciento como consecuencia del default, el acceso a tasas más accesibles implicaba un ahorro futuro en el pago de intereses y la posibilidad de ordenar el perfil financiero del país.
Pero antes debía solucionar el asunto pendiente del default. Para eso creó el Fondo del Bicentenario, con la declarada intención de disponer de 6.500 millones de dólares de reservas extraordinarias para pagar vencimientos y amortizar deuda, además de lanzar un canje que resolviera los litigios con los holdouts –los bonistas que retuvieron bonos declarados en default–.
El anuncio provocó euforia en los mercados. Los bonos argentinos treparon hasta un cuarenta por ciento y el riesgo país –un índice creado por JP Morgan que se usa como referencia para aplicar sobretasas en los préstamos– se derrumbó. Mientras en el Ministerio de Economía festejaban el éxito del canje por anticipado, en el despacho senatorial de Cobos reinaba la inquietud. “No hay que dejar que se levanten, porque nos van a aplastar”, repetía el inquilino, ante la mirada sombría de sus laderos. Hasta que uno de ellos recordó una conversación de pasillo y comentó al pasar: “Escuché que Redrado no está de acuerdo con el fondo. En una de esas nos da una mano...”. El diablo de la política, voraz y carroñero, había metido la cola.
El intelectual estadounidense Noam Chomsky sostiene que las teorías conspirativas son opuestas al “Análisis Institucional”, el cual se enfoca en estudiar el comportamiento público a largo plazo de instituciones conocidas públicamente. Según el planteo de Chomsky, las conspiraciones no necesariamente se acunan en coaliciones secretas, sino que pueden ser ejecutadas por personas que no poseen contactos entre sí pero que, por distintos motivos, confluyen en el mismo interés común. Basta con que uno solo de ellos conduzca esa confluencia.
La definición encaja con la descripción que, el martes 12, realizó la presidenta Cristina Fernández al ubicar a Cobos, Redrado, la jueza María José Sarmiento, al Grupo Clarín, a los holdouts y a un sector de la oposición como arietes de una “conspiración”. Ante la falta de evidencias, resultará difícil que el Gobierno pueda establecer lazos concretos entre esos personajes. Sin embargo, todos ellos confluyeron para alimentar una crisis institucional que el propio Gobierno, lejos de desactivar, contribuyó a dinamitar.
Desde el vamos, el decreto de necesidad y urgencia que conformó el Fondo del Bicentenario fue rechazado por el titular del Central, Martín Redrado. Su primera objeción fue de forma: el funcionario advirtió que la redacción del decreto dejaba abierta la posibilidad de que el dinero se destinara al Tesoro, lo que, según su estimación, podría derivar en que se utilizara para financiar gastos corrientes. El argumento fue replicado por el secretario Legal y Técnico, Carlos Zanini, uno de los hombres de mayor confianza del matrimonio K. Según su explicación, el texto del decreto dejaba en claro que el dinero se usaría para garantizar el pago de la deuda, lo que impedía el desvío hacia otros destinos. Salvado ese punto, Redrado argumentó su temor a los embargos del juez Griesa y defendió la “intangibilidad” de las reservas del Central.
Las excusas provocaron sospechas en el Gobierno. La más extendida: que Redrado se negaba a constituir el fondo para retrasar el canje en beneficio de los fondos buitres que recolectan los bonos en default. Al titular del Central lo condenaba su historia: en 2005, cuando se dispuso el pago al FMI, Redrado fue un entusiasta defensor del uso de las reservas del Central. ¿Qué había cambiado desde entonces? Más allá de que los abogados de la entidad tenían dudas sobre la solidez técnica del decreto, lo que había cambiado era la perspectiva de poder. En 2005, las encuestas indicaron que el 70 por ciento de los argentinos celebraba el pago al FMI. Ahora, en cambio, una encuesta de Management & Fit indicaba que la misma proporción rechazaba el uso de reservas para el pago. La opinión pública, se sabe, es volátil. Casi tanto como las convicciones de los funcionarios que, ante la perspectiva del ocaso, corren en búsqueda del sol.
En este caso, a Redrado no lo abrazaron los rayos UV, sino Cobos. “Martín, seguí resistiendo que contás con todo mi apoyo”. Las palabras del vicepresidente llegaron al celular del funcionario justo cuando en el Gobierno se comenzaba a evaluar su despido. El apoyo del mendocino, un mimado de las encuestas, fue la antesala de un respaldo mayor. En los días siguientes, la oposición en pleno se atrincheró en torno al ex niño de oro convertido en gurú.
Con los días, la conjura informal fue sumando adherentes. La jueza contencioso administrativa María Sarmiento, hija de un ex jefe de inteligencia de la dictadura y hermana de un abogado defensor de represores, fue consecuente con la irritación familiar que provocó la política de derechos humanos K otorgando dos amparos en contra del Gobierno. Uno repuso a Redrado en el Central, y el otro frenó el Fondo del Bicentenario. Cobos saludó la medida de la jueza y sumó ruido al convocar a una sesión en pleno receso, forzando el reglamento del Parlamento.
En medio del revuelo, Redrado presentó como su abogado al prestigioso constitucionalista Gregorio Badeni. Respetado en el ámbito académico y judicial, antes de asumir la defensa de Redrado, Badeni se venía desempeñando como asesor del Grupo Clarín en su pelea contra la flamante Ley de Medios Audiovisuales. La coincidencia llamó la atención del Gobierno, que observó con recelo la secuencia de tapas favorables hacia Redrado aparecidas en el matutino. Una de ellas en especial: fue la portada del lunes 11, donde el diario alertaba que el juez Griesa “podría embargar las reservas del Central”.
“No fue una primicia, fue una profecía autocumplida”, consideró un alto funcionario del Gobierno, tras conocerse el embargo. En su evaluación de los hechos, la cobertura negativa de Clarín sobre la constitución del fondo colaboró con los fondos buitres, que incluyeron esas críticas en la presentación que hicieron ante Griesa. En rigor, la disposición judicial amplió el embargo trabado en 2005 por el fondo Elliot, uno de los tres fondos buitres que reclaman el pago de los bonos caídos en default, elevando de 105 millones a 106,7 millones el congelamiento del dinero que circula en una cuenta contingente que el Central utiliza para sus operaciones diarias con la Reserva Federal de los Estados Unidos. El embargo sobre esa cuenta había sido dispuesto por Griesa en ocasión del pago al Fondo Monetario Internacional, pero el dato fue prolijamente omitido en la cobertura de Clarín. Se entiende: le hubiera restado espectacularidad a la noticia, ya que habría desvinculado el fallo de los DNU de la discordia. Y le habría quitado un argumento a Cobos, el vicepresidente que, traición mediante, utiliza su cargo para convertirse en el paladín de la institucionalidad mientras trabaja para constituirse en líder opositor en la carrera contrarreloj por el 2011.
Ya lo advirtió Gore Vidal en otra definición de Schadenfreude: “Cada vez que un amigo tiene éxito, muero un poco”.
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Cobos se queda porque le dijeron que antes de fin de año sera presidente. Redrado se queda porque Cobos ya le dijo que sera el presidente del banco central en su gestion.
ResponderEliminarEl termino cipoayo tendra que ser desmpolvado para hablar del radicalismo, una vez mas.